Nos pasamos la vida conquistando metas y consolidando cometidos socialmente aceptables, sean o no de nuestro agrado, con el único propósito de formar parte de ese colectivo que, a ojos de los demás, consiguen el éxito en la vida. Nuestros referentes así nos lo han contado y nos han animado a ello. Es más, cuando alguien se sale de ese camino, pasa a formar parte del grupo de los artistas, bohemios o, directamente del grupo de los frikis. Nuestra sociedad, en general, encasilla, etiqueta y tiende a discriminar a todo aquello que se escapa de lo habitual como si lo otro, fuera lo correcto y todo lo demás, fueran comportamientos erróneos que a lo único que nos lleva es al ostracismo social y, por ende, al fracaso. Con esta mentalidad construimos comunidades que se alejan de la creatividad; grises y monocromáticas, tristes y enfermas, incapaces de transformar la vida en un lugar de armonía y felicidad.
Pero ¿Qué es el éxito? ¿Cuántas personas a tu alrededor crees que son exitosas y por qué? Según los japoneses todos tenemos un ikigai claro y definido, una pasión, aquello que da sentido a tu vida y que te hace levantar cada mañana. Pero, tampoco nos han enseñado a realizar esa búsqueda interior pues requiere altas dosis de paciencia y tiempo para el autoconocimiento. ¿Te imaginas?… Empezó a pensar, hacer yoga y acabó divorciado y vendiendo agua de coco y pulseras a tres euros en una playa de Menorca. ¡No se trata de eso! Pero sí de encontrar tu propósito vital. Estoy firmemente convencida que en el momento en el que pones en el centro de tu vida aquello por lo que vibras y haces vibrar a los demás, la vida se convierte en el final de un puzzle, cuando todo encaja y todo fluye. Seguramente, entre otros, el escritor británico James Milton se inspiró para su novela Horizontes Perdidos, en el modus vivendi de los habitantes del pueblo Ogimi en Okinawa donde se concentra el mayor índice de longevidad del planeta Tierra lo que se conoce como una “zona azul” pues concentra 34 centenarios por cada 100.000 habitantes y un inusual número de personas por encima de los 105 años. Los niveles de enfermedad cardiovascular, cáncer o infarto son un 60% más bajos en este lugar que en todo Japón, donde ya las tasas son realmente bajas. Parece que allí sí que han aprendido la lección. Y, lo más curioso, todos los encuestados de esta población, afirman tener un huerto: se alimentan de lo que cultivan y, de vez en cuando, añaden a su dieta pescado o carne. La mayoría de los estudios sobre longevidad sugieren que la vida en comunidad (Moai) y tener un Ikigai definido son tan o más importantes que mantener una dieta saludable. Deberíamos retomar estas enseñanzas ancestrales incluidos los japoneses, pues nadie se escapa de la modernidad y de la ansiedad por occidentalizarse, pues, como decía Confucio: «Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida».