Líderes del cambio

El próximo 28 de abril los españoles estamos llamados a las urnas con la sensación de encontrarnos inmersos en el eterno día de la marmota. Nunca antes en la historia de la democracia de nuestro país se habían celebrado tres elecciones generales en menos de cuatro años ni tampoco había coincidido en menos de un mes cuatro procesos electorales (europeas, generales, municipales y, en muchos lugares, también autonómicas). El hartazgo y desasosiego de los ciudadanos es palpable ante un estilo de hacer política totalmente alejado de la sociedad y, obviamente de las enseñanzas de nuestros clásicos a los que cabría recordar de vez en cuando. Pertenezco, como muchos, a la generación que nacimos en el año del cambio y nunca me hubiera imaginado echar de menos aquellas frases emblemáticas del entonces vicesecretario general del PSOE, Alfonso Guerra, alentando a nuestros jóvenes “a vivir” porque por fin había llegado el socialismo o los “por consiguiente” de un presidente del Gobierno como Felipe González al que todos admiramos por su oratoria pero que destruyó y ahogó a muchos empresarios para dar vuelo a todos aquellos que alababan y se sirvieron de tantos años de gobierno endogámico donde las malas prácticas imperaban y pasaron a formar parte de nuestra cultura más propia del Lazarillo de Tormes que de un país que se abría a una Europa cosmopolita y vanguardista. Incluso, si me apuras, podría llegar a extrañar aquellos primeros momentos donde sintonizar la radio o la televisión solo servía para escuchar el repetitivo mensaje de “váyase Sr. González” que hoy se habría convertido en un hit del verano. Posiblemente, lo mejor está por llegar o, al menos, ¡eso quiero creer! Aunque, como a muchos, el panorama no es alentador y, de nuevo, por primera vez, las encuestas internas que se cocinan en los partidos políticos denotan el aumento inquietante de votantes indecisos que según el último barómetro del CIS casi el 60% de éstos son mujeres. Interesante dato para tener en cuenta.
Regresemos al pasado. Los pensadores del mundo clásico desde Homero hasta Aristóteles reflexionaban sobre la organización del gobierno de la polis y definían las virtudes de aquellos que debían conducir y guiar al pueblo sin hacer referencia al concepto de liderazgo ni, obviamente, del líder tal cual lo entendemos a partir del S.XIX; pero, sin saberlo, fueron ellos los creadores de lo que hoy entendemos por liderazgo aunque amoldado a los cambios culturales, sociales y políticos de la actualidad. Sócrates nos aleccionó sobre el espíritu de servicio del buen gobernante y como éste debía legislar en beneficio de la mayoría sin separar la ética de la política y trabajar para “mejorar las almas de los ciudadanos” defendiendo lo que es más provechoso para ellos, aunque no sea agradable al auditorio. Y así lo llevó hasta las últimas consecuencias pues fue condenado a muerte por quién fue su discípulo, Crítias, al no acatar la absurda ley que le prohibía conversar con los jóvenes atenienses promulgada con el único deseo de acabar con el filósofo y maestro. En definitiva, el “líder político” debía ser justo y obrar con la grandeza de un hombre (o mujer, añadiría) de Estado evitando las actitudes y acciones hedonistas e individualistas para educar (educere) y conducir (ducere) con auctoritas hacia una sociedad más justa y con el deseo de contribuir a la felicidad de la comunidad.
El político actual no solo debe recordar las enseñanzas socráticas, sino que además debe tener muy presente que gobernar y educar van intrínsicamente ligados y que la mejor forma de hacerlo es ejerciendo la ejemplaridad en sus actos y en su forma de vida. Necesitamos mujeres y hombres que lideren el cambio real hacia una sociedad más justa, social y sostenible. Ejerzamos nuestro derecho al voto sabiendo que los que nos representen serán los referentes de nuestros hijos/as y que los elegidos entiendan que la vida pública necesita regresar a sus orígenes más puristas y guiar a un pueblo al que le une el progreso y el desarrollo, la seguridad, la educación, la ciencia y la tecnología. Pues es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Porque si el arte de los posible es la política, el arte de lo imposible es crear un mundo mejor.

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