Sociedad sin Soledad
Hace 3.300 años y después de 7 semanas por el desierto del Sinaí el pueblo israelita era liberado de la tiranía de los egipcios y se disponían a encontrar las vías hacía la Tierra Prometida. Liderados por Moisés, el hombre al que Dios reveló los diez principios éticos, su pueblo firmaba una alianza que, durante siglos, unió a judíos y cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad, se convirtió en el decálogo que permitió a nuestra civilización no caer en la idolatría y salir del caos y el desorden social en el que estaban inmersos.
Desde entonces, la humanidad ha sobrevivido a muchos momentos y épocas de cambios, pero pocos han sido los cambios de época que han provocado puntos de inflexión y nuevos retos trascendentales. Posiblemente, nos encontramos inmersos en uno de los momentos más extraordinarios de nuestra sociedad después de la revolución industrial. Los últimos 50 años hemos experimentado lo que ya se conoce como la cuarta revolución. La irrupción de la inteligencia artificial y el desarrollo tecnológico, el avance de la ciencia y sus aplicaciones preventivas y curativas que provocan la cronicidad de las enfermedades y la elasticidad de la curva de esperanza de vida, entre muchos otros avances. El mundo, tal y como lo habían conceptualizado, se desvanece y las reglas del juego que hasta ahora nos habían permitido avanzar como civilización están provocando la destrucción del Planeta. La actualidad nos recuerda constantemente y nos alerta sobre la sostenibilidad de los recursos en nuestras comunidades locales y globales. Pero no todo son malas noticias. En 2015 los 193 líderes mundiales se pusieron de acuerdo y aprobaron por unanimidad, en una cumbre de Naciones Unidas, el documento que llevaba por título “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible” y que entró en vigor el 1 de enero de 2016 con el claro objetivo de erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible y dar así continuidad a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Parece que, por fin, hemos retomado el espíritu mosaico que nos anuncia diecisiete formas diferentes donde enmarcar las acciones que debemos cumplir para proteger y conducir a nuestro mundo a un estadio primogénito y merecedor de un planeta mejor. Esta vez, no en forma de tablas sino en pastilla, mucho más actual y fácil de entender -como parece que nos gusta a todos ahora-. La Odeseína es la píldora que debemos tomar cada mañana. Es la receta para el cambio donde los gobiernos, sector privado, medios de comunicación, escuelas, sociedad civil y personas tomemos conciencia de la importancia de que el Planeta necesita ser contemplado con otras lentes para darse cuenta de que es tarea de todos crear riqueza y bienestar de forma sostenible, que debemos cuidar de los bosques, de nuestros mayores y de los más pequeños, del presente y del futuro. La modernidad nos aleja del sosiego, de la gratitud y del pensamiento animista que deberíamos recuperar para volver a conectar con el alma propia y la de nuestro entorno para crear una conciencia colectiva que trabaja, de forma elevada, por el bien común. “La Agenda 2030 es una visión, pero también es un plan”, nos recordaba Cristina Gallach en una de intervenciones de este pasado fin de semana durante el 35 Encuentro de Sitges que organiza el Círculo de Economía. Tenemos la oportunidad de trabajar por algo que nos une a todos los pueblos, un lenguaje común que compartimos y que nos empodera para ofrecer a las generaciones venideras un mundo mejor, más justo, social y sostenible.